sábado, 11 de septiembre de 2010

Ese café.

Hasta me parece egoísta comprender de pronto que leer en la calle esa novela me inspira esa necesidad de estar en casa, en mi cama, protegiendo mi lectura para que no se contamine de sonidos que no son propios de mi imaginación.
Y lo más contradictorio es que prefiero crear lejos de mi cama para poder traer a mis pensamientos material nuevo y construir motivos de inspiración.
O peor aún, creo que me parece más egoísta leer esa novela y beber de un vaso frío el café que una extraña sirvió para mi, creyéndolo de mi propiedad en ese preciso instante en el que lo bebo y entra a mi cuerpo, calentando cada parte, cada poro, para poder seguir con mi lectura ajena a esa camarera vieja con mirada perdida.
Y mejor aún, estar con ese cuerpo que ocupa mi cama, en ese café, bebiendo mi lectura para olvidarme que estoy lejos de ella, y que tengo un nudo en la panza por ese maldito café que me despertó una cosa rara como una nostalgia.