sábado, 13 de diciembre de 2008

Maribel

Primer día de la cita que había sido organizada dos minutos antes de conocerse. Maribel tenía lo ojos marrones y él también. Pensaron que tomando algo frío los minutos se harían más cortos.
Compraron una botella de agua sin gas, tomaron del pico, se quejaron mutuamente, los ojos ya no eran los mismos. Caminaron y Maribel sacó $2 con cincuenta centavos para comprar un helado. Otra vez cruzaron miradas, él angustiado sacó de su billetera $1 con cincuenta centavos. Y siguieron su camino, pero sin su helado.
La cita se acercaba a esos momentos en donde uno no sabe ya más que decir, pero en este caso no habían dicho nada, y por si fuera poco llegaba ese momento.
Llegaron a una plaza con palomitas comiendo migas, Maribel con mucho asombro miraba una de ellas que sólo tenía una patita y saltaba, ella pensó que estaría sufriendo su mirada era ahora más triste que la anterior.
El estaba cansado, pero no quería dejarla, se imaginaba la desilusión que Maribel tendría cuando se enterase que él seguiría su camino y sin nada, pero lo pensó dos veces y se quedó, ahí, sentado, si, sentado.
Se acercaba la noche, para él era temprano, para Maribel era tardísimo, tomó un reloj de arena de un juego de mesa que le había regalado a su sobrino, quién no quiso saber nada de relojes de arena. ¡No sirve!, yo tengo un reloj que sumergiéndote cuatro metros bajo el agua sigue funcionando y te da la hora de Francia, Italia y España, ah! También de México aunque quede en América. Maribel recordó lo que su sobrino había comentado mientras miraba una miguita que una paloma le había dejado en su pie.
Sin darse cuenta, sonrió. El, que estaba entretenido mirando el reloj de Maribel, vio sin querer la expresión de ella, ni lo pensó, él también sonrió.
Maribel no se había dado cuenta de su propia sonrisa, vio la expresión de él y algo la enredó. Algo los envolvió, y vaya a saber qué cosa rara fue. Pero ninguno lo pensó.
Dos palomitas amigas hicieron hilera, luego se puso primera otra que era novata junto a su hermana alborotada. La última de la hilera era la saltarina, la que sólo tenía una patita, ellas ya habían juntado todas las miguitas que encontraron en el lugar. Las pusieron en remojo con la botellita de agua sin gas, un viento frío y enfurecido las mezcló, las heló, las transformó. Vieron que las miguitas estaban heladas, aunque que igualmente podían comérselas, pero se dieron cuenta que el viento había herido a la hermana alborotada, y sólo una patita le había quedado. Saltarina se puso triste pero a la vez contenta, tenía una aliada.
El reloj de arena cayó, y el cristal se rompió en pedazos, él y Maribel frenaron miradas, sus bocas se acercaban cada vez mas, un viento arrastró solo los cristales, la arena les hizo cosquillas. Las bocas respiraban húmedas de tanta sensación. Ahora tenían dos palomas amigas, con una alborotada sin una pata. Otra novata con saltarina sin una pata. Tomaron con el pico el agua sin gas de las miguitas heladas. Ese beso llegó. En un instante todo tenía explicación. Aunque nadie lo creyera Maribel se casaría con el.